miércoles, 16 de enero de 2013

Nunca me abandones. Kazuo Ishiguro.



Hailsham. Tommy, Ruth y Kathy H.

Hailsham era un lugar hermoso: “el pequeño sendero que rodeaba la casa principal, los campos en las mañanas de niebla”. Recordar Hailsham. Los pabellones con las ventanas anormalmente altas, desde donde contemplar con esa indiferencia remota de la adolescencia, el último berrinche de uno de los nuestros, Tommy excluido del equipo de football. Kathy interviene tan subjetivamente en la rabieta de Tommy que el lector asiente cuando este cierra por fin la boca. Ese fue el primer encuentro de Kathy consigo misma, con su núcleo interno de cuidadora.


Unos meses después de la primera donación de Ruth, esta y Kathy recordarán las jirafas de Jackie y los poemas de Christy en los primeros años de secundaria en Hailsham. Y a Tommy que comenzaba “a no poner deliberadamente nada de su parte”, con esos dibujos nada creativos y tan infantiles. Tommy no se mostraba creativo y en Hailsham eso era un problema. Las donaciones misteriosas y sus ignotas consecuencias, la Galería donde se depositan las mejores obras creativas que realizaban los alumnos de Hailsham y la frecuencia con la que Madame giraba sus visitas al establecimiento “educativo” y su turbación ante la presencia de los hailshamianos, siguen vivas en el interior de Kathy. Como lo están los Intercambios, los Saldos o los acerados discursos de la señorita Emily, la jefa de los custodios.


Ruth primero inventó toda una cuadra de caballos, luego formó la “guardia secreta” de la señorita Geraldine, la mejor custodia de Hailsham, sobre la que pesaba una conjura para su secuestro. Una tarde de lluvia bajo el alero de uno de los edificios de Hailsham, Ruth revelará a Kathy el enigmático origen de un estupendo plumier. El tipo de cosas que pasan en un lugar como Hailsham.

A estas alturas de la narración ya sabemos algunas cosas que convierten a Hailsham en un lugar especial. Los niños que allí se encuentran son distintos, han sido engendrados, no sabemos de qué forma, para ser destinados a la donación de órganos y convenientemente esterilizados. De alguna forma y ese es un acierto de Ishiguro, donación y sexualidad están íntimamente unidos y, hasta cierto punto, compensados. La señorita Lucy se ve obligada a servir de punto de inflexión. A partir de aquello que se les explica desde muy pequeños a los residentes, sin que nunca llegue a explicárselo del todo, sus palabras ligeramente más claras trazan un intervalo desde lo embarazoso a lo sombrío. Y Kathy buscará un “encuadre” donde no aparezca nadie, un espacio de soledad que le permita huir de la realidad, sin llegar a perderla de vista.



Las Cottages, una granja donde los veteranos se comportar como personajes de series televisivas, es el destino de Kathy, Ruth y Tommy tras salir de Hailsham. Es allí donde la narradora se decide a desvelar lo que se venía sospechando, que los hailshamianos son seres humanos clónicos. Aparece entonces la inquietud de tropezarse con los “posibles”, el “original” clonado. Encontrarlo servía para tener “un barrunto de tu futuro… creíamos que si veías a la persona de la que tú [eres] una copia, alcanzarías cierto conocimiento de quién [eres] en lo hondo de tu ser”. Pero no todos opinaban igual, pues había algunos que pensaban que “nuestros modelos [son] algo irrelevante, una necesidad técnica para traernos al mundo, y nada más”. Podía admitirse tal forma de contemplar las cosas, pero la perspectiva de las donaciones parecía cambiarlo todo. Chrissie y Rodney, dos de los veteranos de las Cottages, consuelan su ansiedad con la posibilidad de que su amor les redima, durante tres años, de continuar con su preparación para las donaciones. Al parecer eso es posible para los alumnos de Hailsham, solo que ellos, Chrissie y Rodney no son hailshamianos. No todos los clones son iguales. Lo son, sin embargo, en el sentido de que se trata de meras copias de los modelos humanos, los cuales no son elegidos –contrariamente a lo que pudiera pensarse-, entre aquellos humanos especialmente valiosos, sino que se “nos modela a partir de gentuza. Drogadictos, prostitutas, borrachos, vagabundos.” Ishiguro sabe sacar partido a la confusión de estos seres humanos copiados de otros. 


¡El rincón perdido de Inglaterra!, Norfolk, allí es donde van a parar todos los objetos perdidos en Gran Bretaña. Un lugar lleno de sitios con ropa vieja, libros, discos, anuarios y tarjetas postales. Y el hallazgo no se consuma sobre lo perdido sino en las distintas formas que posee el tiempo para revelarse: nostalgia, recuerdos, pasado, ese es el orden. Pero un clon es un clon, o al menos eso debe pensar Ishiguro, y siempre buscará a quién echarle la culpa de ser como es: el clonado parece ser el mejor candidato.

 Kathy, cuidadora de donantes, lleva una vida solitaria. Le gusta ensimismarse en sus pensamientos a los que se ha acostumbrado durante los largos once años que se ocupado de los donantes. Cuatro años antes, supo que Hailsham cerraba y se sintió un poco huérfana. Tal vez por ello buscó a Ruth que se reponía en Dover de una donación sin éxito y a Tommy que lo hacía en Kingsfield. Primero fue la cuidadora de Ruth y luego de Tommy. La especial relación que siempre mantuvo con este se consolida después de la desaparición de Ruth. Es entonces cuando el rumor tantas veces escuchado de que las parejas verdaderamente enamoradas pueden obtener un aplazamiento en su destino de donantes, les lleva a Tommy y a Kathy hasta el domicilio de la señorita Emily. Esta desmiente el rumor, pero entonces Kathy lanza la gran pregunta: ¿A qué viene tanto trabajo y estudio en Hailsham si al final nosotros, los clones, no tenemos más destino que donar y morir? La respuesta puede que esté en la misma Kathy. Quizá Hailsham fue construida como fábrica de recuerdos.

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