jueves, 13 de diciembre de 2012

El seudónimo de Antonio Salinero.




El fallo de un premio literario. El aire turbio de tan respirado. La plica con un apartado de correos. El escritor en busca y captura. No hay ninguna norma que obligue al autor a ser congruente con su obra. Es más, debe no serlo. El narrador nos alerta que el protagonista finge. Tres amigos en una noche de farra constituyen la sociedad, Linero S.L., cuyo objeto social es escribir novelas bajo seudónimo. El producto tiene aceptación y el tal Andrés Linero consigue enseguida caché literario. Tres socios, Javier Martín, Juan Galeras y Ramón Laxe, tres autores heridos por las letras. Individualidades, al fin y al cabo, que tirarán de la cuerda en direcciones opuestas. El autor cede la voz a cada uno de ellos. Javier, químico de laboratorio y dotado de un retorcido bigote, se muestra partidario de mantener la farsa. Juan, funcionario de ayuntamiento y en franca caída depresiva, se siente el verdadero creador literario. Ramón, el gallego que exhibe el alivio de no sentir como los otros -velada sospecha de homosexualidad-, cree que el éxito de Andrés Linero se debe a su talento para la creación de personajes verosímiles. Juan explora su declive físico y psíquico ante el espejo, se exalta ante la forma en que debe darse a conocer la autoría que se esconde tras el seudónimo y pisotea su autismo.




En esta calma chicha de personajes, de pronto un periódico anuncia que el autor Andrés Linero será entrevistado en televisión. Y así es. El personaje que sale en la pantalla es Andrés Linero, un borrachín de Granada que Juan conoció hace años y cuya identidad tomó prestada para bautizar al grupo de la péndola. El tal Andrés Linero toma el dinero del premio y vuela. Juan sale detrás.
Probablemente sea la voz de Clara uno de los mayores aciertos de la novela. La frescura que transmite se echaba de menos a estas alturas de la narración. Ciertamente, Clara es injusta con Javier, pero el autor logra transmitir la sensación de que en todo caso se lo merece, por gilipollas. Sin embargo, la entrada de Beatriz en la novela resulta anodina. En realidad el autor no aprovecha ninguno de los dos personajes. Tal vez el punto de vista de Clara hubiera sido muy interesante.
Juan acaba por encontrar al viejo y borracho Linero. Este se burla y hace una proposición indecente para un escritor: trabajar de negro. Juan le golpea. Linero cae. La sangre forma charco. Juan acaba de matar a la gallina de los huevos de oro. O tal vez no.
Hay, no sé explicar por qué, un inicio cervantino. Le sigue un interesante enredo metaliterario: la elección de la voz que ha de servirnos de guía. Gana la novela en ritmo, pero pierde su sentido. La voz de Juan no poliniza y todo acaba con un farragosísimo dictamen forense.

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