jueves, 22 de marzo de 2012

Desde el jardín. Jerzy Kosinski.

Jerzy Kosinski es un escritor polaco, nacido en Lozd en 1933 aunque toda su carrera la desarrolló en Estados Unidos, cuya nacionalidad obtuvo en los años sesenta. Alcanzó la fama con su obra El pájaro pintado, que se inserta dentro de la literatura del Holocausto. Su trayectoria no estuvo exenta de polémica, se le acusó de falsificador y de haber plagiado sus obras, de utilizar “esclavos” para escribir, de excesos en su vida pública y privada, de haber tenido éxito en definitiva. Falleció en 1991.

¿Qué hace Chance en el jardín? Es domingo y arrastra la manguera de uno a otro sendero. El jardín es grande y Chance no es un jardinero cualquiera. No riega las plantas, sino a las plantas, que es muy distinto. Pero también lo es el propio Chance: nunca ha abandonado la casa y su jardín. Sin embargo, ello no quiere decir que Chance no tenga más mundo que la casa y el jardín, tiene además la televisión, la cual representa un espacio y un tiempo peculiar, pues basta dar vueltas al dial para que el propio Chance se modifique. Y es que Chance no sabe leer ni escribir y la televisión es una especie de ventana al mundo. Chance es un hombre con ciertas limitaciones.

El Anciano, aquel que delimitó el territorio de Chance entre el jardín y su habitación, ha muerto. Una firma de abogados convoca a Chance a la biblioteca de la casa. Él no figura en la lista de empleados del Anciano. Entonces si no es el jardinero ¿quién es? Nadie. No puede dar fe documental de su existencia. Para Chance no hay más realidad que su jardín y la televisión. La muerte del Anciano supone su desalojo.

Chance abandona la casa. Hay que recordar que nunca ha salido del jardín, que la única experiencia de lo que sucede ahí fuera es la que ha obtenido viendo la televisión. ¿Puede un hombre sobrevivir con esa sabiduría? No hace más que pisar la calle y Chance se convierte en protagonista de un telefilm: es atropellado por un coche en cuyo interior viaja una hermosa joven, esposa de un viejo magnate, que lo recogerá para conducirlo a su mansión. Y para ser aceptado por esta pareja tan televisiva, Chance no necesita más que tirar de su experiencia de televidente. 

El presidente de los Estados Unidos visita la mansión de Rand. Rand es el viejo magnate y está gravemente enfermo. Chance asiste a la entrevista privada entre Rand y el presidente. Chance se ve sorprendido por una interpelación del señor presidente, reacciona con un consejo de jardinero. El señor presidente lo interpretará tan atinado, que expresará en la subsiguiente rueda de prensa su intercambio de pareceres con Chance, bajo la nueva identidad de Chauncey Gardiner. Y así saltará a los medios de comunicación. Y entre los cuales se encuentra…, ¡naturalmente!, la televisión. Chance en la televisión sustituyendo al vicepresidente. El primer pensamiento de Chance es si el cambio que su aparición en la televisión va a suponer para su persona, será permanente o transitorio. Permanente, Chance, permanente, está uno tentado de decirle al oído. Pero para entonces descubrimos que hay dos Chance: uno que sale en la tele y otro que mira la tele. La mente de Chance no descansa y su clarividencia frente a las cámaras es toda una lección magistral. Aunque se siente agotado y ajeno a la situación, o precisamente por eso, Chance interpreta la insensibilidad de las lentes de las cámaras con pleno acierto: no son más que proyecciones de imágenes, ni la realidad ni el pensamiento puede ser televisado. Chance está lleno de habilidades y espera hasta que el presentador del programa habla de algo que le resulta familiar: de nuevo el símil del jardín y las estaciones. Éxito de Chance. Tras su regreso a la mansión de Rand, EE, la mujer de este, le confiesa que está enamorada de él. Chance se ha convertido en un torbellino. Hace dos días que salió por primera vez al mundo, puede decirse que es un recién nacido, y ya tiene al mundo en sus manos.

Jueves.  Recepción en Naciones Unidas acompañando a EE y la bola de nieve continúa rodando pendiente abajo: Chance conoce el ruso, lo habla y lo lee. Pasa por un hombre muy astuto, que habla poco y se comporta como alguien que carece de debilidades. Todos se apresuran a investigar quién es realmente Chance. El presidente, el embajador soviético, la propia EE. Y las opiniones van llenando la cáscara vacía del traje prestado que lleva Chance: un hombre guapo, apuesto, elegante, que sabe defender su soledad, que representa los intereses de una nueva clase económica… A estas alturas ya de nada sirve la confesión hecha a un editor de que no escribe y tampoco lee. Y hasta su desgana sexual es interpretada como una nueva forma de liberación.

El reencuentro con su hábitat natural, el jardín, pone fin a la novela con la misma naturalidad con la que se inició. Tiene uno la impresión de que cuanto ha sido relatado no es más que un paréntesis en la vida de Chance. Sale del anonimato y retorna a él, se perderá en el jardín, en un jardín cualquiera, donde nunca nadie lo buscará.

El relato está construido entre los dos extremos de la vida de Chance. El reducido mundo de Chance es como el de un caracol: su casa y su jardín. ¿Y quién conoce a un caracol? Nadie. Chance simplemente no existe para los demás, ni siquiera para el Anciano a cuya instancia Chance es recluido en el reducido espacio en el que habita. Chance nunca ha traspasado los muros del jardín, no conoce el mundo exterior más que a través de la televisión, no sabe leer ni escribir y su capacidad de respuesta está limitada a las cosas que conoce: lo que ha visto por la televisión y el ritmo de vida del jardín. Con tan pobres armas, Chance sale al mundo exterior y logra conquistarlo como si fuera un cohete lanzado al espacio. Ese triunfo supone una áspera crítica a una sociedad banal en la que la apariencia, y Chance tiene una buena fachada, lo es todo. Nada hay en la novela que sugiera introspección ni más juicio de valor que aquel que pueda ser emitido por la incandescencia de un programa televisivo. El texto de Kosinski ofrece una extraña visión vertical de la realidad en la que la huella digital humana se parece mucho a la mancha que el caracol deja en la seca corteza de un árbol muerto.

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