miércoles, 25 de abril de 2012

La soledad del corredor de fondo.

Correr es algo esencial para un buen ladrón. Por eso no ha de sorprendernos que haya buenos corredores de cross en el Borstal. Y no hay nada como un par de horas de carrera de fondo antes de desayunar en una mañana oscura y fría, para sentir que la vida coincide con la existencia. Son dos horas de libertad en las cuales Smith puede entregarse a sus pensamientos. Es consciente de que está siendo entrenado como si fuera un caballo de carreras. Pero la naturaleza de Smith es la de un superviviente, alguien que vive de sí mismo y está dispuesto a reivindicarse. La consecuencia es la rebeldía, que le impulsará a rechazar la copa para el asqueroso director, la dignidad es el último reducto del rebelde. Al fin y al cabo quien corre es él y el director no alcanzaría la decena de metros sin desfallecer. La verdad está al lado de quien sabe perseguirla y correr es sacarle las entrañas a la honestidad. El descenso brusco que precede al hallazgo de esa sensación de vacío, absolutos ambos, no admite comparación, si acaso, la de aquella otra soledad que sólo es derrotada por el nacimiento. Es justo la mitad de la carrera.

Pero los abesugados y barrigudos hombres libres, directores, diputados, policías…, no son tan tontos como Smith piensa. El mismo dinero que la lluvia exhibió para pescarle, es usado como cebo para obtener su colaboración en la copa de cross con banda azul de los Borstal. De pronto Smith se da cuenta al iniciar la carrera que él nunca echa carreras, que simplemente corre para pensar. Y en medio de la carrera, de la competición, Smith comprende que es la soledad del corredor, lo único honesto que hay en su vida y que esa honestidad no puede ser manchada porque alguien coloce una cinta azul al final de la carrera. Smith no puede ganar. Y no ganará. Quedará la queja de la rebeldía en su interior y mientras friega suelos y acarrea basura, forjará un futuro de estricta honestidad interior en la que la devoción por lo ajeno no es incompatible con la confianza en el prójimo, en el prójimo del barrio.

El lenguaje que utiliza Sillitone es quizás lo más notable de la novela. Desde el principio se apresura a interrelacionar las tres posibilidades referenciales. Así el texto se abre con una referencia a la tercera persona (“Lo primero que hicieron…”) Son los dentro-de-la-ley. Inmediatamente aparece la primera persona (“…a mí no me molestó…”) Y el segundo párrafo se abre con una frase lanzada al lector (“A ustedes quizá…), que es la segunda persona en inglés. Consigue con ello el escritor alargar la distancia de aquello que ellos hicieron conmigo y aproxima al lector, figura más cercana al narrador, aquello que yo hice con ellos, verdadero material narrativo. Es evidente, pues, la búsqueda de la complicidad con el lector. El lenguaje se adapta con hechuras de guante a la personalidad del narrador, hasta el punto de que será este el único punto de vista que acaba por interesar al lector.

Alan Sillitoe nació en Nottingham en marzo de 1928 y falleció tal día como hoy, 25 de abril, de 2010, en el seno de una familia humilde de ambiente obrero. Se le ha vinculado al llamado movimiento de los jóvenes airados (Angry Young Men en inglés, que es como hay que decir las cosas para suenen bien), generación que dio sus frutos en los años cincuenta y cuyos componentes no son muy conocidos en España, quizás el más destacado, además de Alan Sillitoe, sea Harold Pinter. Trabajó en fábricas antes de ingresar en las fuerzas aéreas, período en el que contrajo una enfermedad pulmonar que le obligó a guardas reposo, circunstancia que Alan aprovechó para introducirse en el mundo de la literatura. Ha escrito numerosos libros de poesía, también teatro y libros infantiles.   

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