domingo, 30 de diciembre de 2012

Epístolas morales a Lucilio (3). Séneca.



Decimoquinta.-
La filosofía es saludable para el alma, por eso Séneca inicia su carta que esta afirmación: “Si cultivas la filosofía me alegro”. Lo que equivale a decir que me alegro que goces de buena salud.

Decimosexta.-
Aunque basta iniciarse en la sabiduría para que la vida se haga soportable, es precisa la constancia en el estudio, pues sólo así el alma adquiere rectitud. Qué sino la filosofía, puede “modelar el espíritu, ordenar la vida, regir la acciones, mostrar lo que se debe hacer y lo que se debe omitir.” Y la presencia de los hados, el azar o Dios, no altera la importancia de la filosofía, que “ella nos exhortará a que obedezcamos de buen grado a Dios y con entereza a la fortuna; ella te enseñará a secundar a Dios, a soportar el azar.” Séneca advierte a Lucilio de la conveniencia de vivir conforme a la naturaleza y alejarse de la vanidad, “y cuando quieras saber si lo que pides responde a un deseo natural o a una ciega codicia, examina si puede detenerse en algún punto: si habiendo avanzado un gran trecho, siempre le queda otro más largo, ten por seguro que tal deseo no es natural.”

Decimoséptima.-
La pobreza es necesaria si “quieres consagrarte a tu alma”. Y también la pobreza puede practicarse a través de la frugalidad. “En consecuencia no hay que amontonar […] se puede llegar a la filosofía aun sin viático.” Tan penosa es la riqueza como la pobreza cuando el vicio “no está en las cosas, sino en la propia alma.”

Decimoctava.-
Las Saturnales de diciembre: nos cambiamos de vestido abandonando la toga por razones de placer y de fiesta. Mas también en tales momentos es necesario ofrecer “señal de mayor fortaleza: mantenerse seco y sobrio, cuando el pueblo está ebrio y vomitando.” Pero sin incurrir en la destemplanza de singularizarse y huir del contacto con todos. “Realizar las mismas cosas, pero no del mismo modo.”
Anima Séneca a Lucilio “a tener trato con la pobreza” que es “anticiparse a los dardos de la fortuna”, para ello conviene elegir unos días en los que mantenerse con lo indispensable, siendo a este respecto Epicuro el ejemplo a seguir, el cual se gloriaba de mantenerse con menos de un as (moneda antigua de muy escaso valor en la época de Séneca), al día. La carta termina, como todas, con un consejo: apartémonos de la ira que nos lleva a la locura.

Decimonona.-
“Hemos vivido en mar agitado; muramos en el puerto.” El retiro a la vida privada se hace imprescindible si no quieres envejecer en medio de la agitación y el aturdimiento. Ciertamente Lucilio, de origen humilde, había logrado ascender hasta desempeñar procuradurías y otros importantes cargos. Séneca le aconseja que prepare su retiro.

Vigésima.-
El retiro que Séneca aconseja a Lucilio en la carta anterior, ha de ir acompañado de un estudio de la filosofía para que aquel apartarse de la agitación de los cargos, tenga sentido. La carta es una de las más bellas joyas de la orfebrería senequista. Si “la firmeza del alma” corre paralela “a la disminución de los deseos”, aquella se enseñorea de las palabras que los hechos refrendan. Ajustar la vida al pensamiento, esa es la “ruta” misma, sin que importe la longitud de los pasos. La inconstancia hace a los hombres débiles porque “no saben lo que quieren, sino en el preciso momento en que lo quieren […] Nuestra opinión cambia diariamente y se muda en la contraria, y la mayor parte de los hombres pasa la vida en este juego.” Sólo perseverando en la “obra comenzada” alcanzará el hombre la cumbre, “o aquella altura que sólo tú sabes que no es todavía la cumbre.”  Inmediatamente Séneca muestra el camino: la pobreza no sobrevenida sino buscada. Sobre “un jergón y [en] harapos” el hombre se convierte en testigo y maestro de la verdad. Hay que “despertar del sueño nuestro alma” y mostrarle que “todo el que viene al mundo recibe la orden de contentarse con leche y pañales”. La carta aboca a una profunda reflexión. Así, en el penúltimo párrafo, Séneca incide en la preparación necesaria para llegar a la buscada situación de pobreza, empresa que si bien es materialmente sencilla, encierra una profunda transformación del espíritu.

Vigésima primera.-
A Lucilio le retiene “lo grandes que son las cosas que has de abandonar […] el brillo de esta vida a la cual debes renunciar”, para alcanzar la seguridad de la vida retirada y de la sabiduría. Séneca es tan consciente de la importancia que posee su propia figura y de la universalidad de su filosofía, que le ofrece a Lucilio la inmortalidad de su nombre por ser el destinatario de esta correspondencia. Tal como Séneca lo aventuró, ocurrió; que Lucilio no sería más que un intrascendental funcionario romano, de no ser por Séneca. A continuación el estoico habla de Epicuro y su clasificación de los deseos, a saber, los necesarios, los naturales y los que solo sirven para aumentar el placer, los superfluos podíamos llamarlos.

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